📅 Día 8: CUANDO NECESITAS ALEGRÍA
📖 Lee: SALMOS 90: 10-17 (Haz clic en el versículo para leerlo 😃)
Jesús quería que sus discípulos estuvieran llenos de alegría (Juan 15:11). Nehemías le dijo a un grupo de exiliados que regresaron con lágrimas en los ojos que la alegría del Señor era su fuerza (Ne. 8:10). Pablo llenó una de sus cartas con palabras de alegría y dijo a sus lectores que se regocijaran en el Señor siempre (Fil. 4:4). David dijo que la plenitud del gozo se encuentra en la presencia de Dios (Salmo 16:11). Y Moisés le pidió a Dios que satisficiera a su pueblo con un amor inquebrantable para que pudieran cantar de alegría toda su vida (Salmo 90:14). De acuerdo con las Escrituras, nuestra alegría es algo muy importante para Dios.
La alegría es la evidencia de que Dios está trabajando en nuestras vidas. Nuestras respuestas emocionales a Dios varían a veces, y no siempre sentimos la alegría que nos proporciona. Pero cuando constantemente reconocemos su obra, abrazamos sus promesas, y recibimos su perdón, la alegría comienza a brotar, incluso en medio de circunstancias adversas y confusas.
La presencia y el poder de Dios en nuestras vidas siempre se dirige a producir alegría, al menos en última instancia. Cuando experimentamos la alegría del Señor, puede que nuestras circunstancias no cambien pero nuestra perspectiva acerca de ellas se altera radicalmente. En lugar de estar inundados de problemas, empezamos a ver los problemas a través de la gracia y el poder de Dios.
A lo largo de los años, he aprendido a preguntarme si estoy experimentando la alegría del Señor. No es un método infalible, pero esta pregunta de diagnóstico me ayuda a discernir el grado en el que permito que el Espíritu Santo dirija y lidere mi vida. Cuando la vida cristiana se siente como una serie de reglas y deberes, sé que algo en mi corazón necesita atención.
Creo que las temporadas continuas de oración profunda, honesta, e íntima son la clave para mantener nuestra experiencia de la alegría de Dios. No me refiero a la oración a la carrera, mientras conduces el coche o bebes una taza de café. Me refiero a la oración en la que te vuelves real, te abres y hablas con Dios. Derramas tu corazón hasta que esté vacío. Ahí es cuando Dios habla y su amor entra. La realidad de sus promesas de ser tu morada y rodearte de su favor empiezan a permear tu ser. Sus brazos te rodean. Y tu corazón, una vez más, comienza a llenarse de alegría.